sábado, 24 de agosto de 2002

1.037.- La triste historia de una viejecita.

Estaba sentada, la viejecita,
tejiendo unos ropones para nadie.
Ni siquiera tejía para un muñeco,
solo tejía para tejer.

Estaba meciéndose, la viejecita,
en una mecedora triste,
en un cuarto solitario,
donde, ni siquiera, un perro acompañándola había.

Estaba cantando, la viejecita,
una canción que nadie conoce,
una canción inventada
y muy melancólica.

Estaba viviendo en un mundo, la viejecita,
en un mundo creado por ella,
sumergida ahí en su tristeza
y hablando con la soledad.

Estaba ahí, la viejecita,
cuando, de repente, una bala perdida
entró por la fría ventana
y mató a la pobre viejecita.

Estaba ahí, el cadáver de la viejecita,
y pasó mucho tiempo y nadie lo vio;
nadie se acordaba de la pobre viejecita
y nadie nunca se acordó de ella.

Estaba ya irreconocible la viejecita
y habían pasado decenas de años
y una compañía inmobiliaria tocó la puerta
y como nadie respondía
entró a la fuerza;
entonces, encontró el cadáver
y lo botó a la basura
y, además de hacer eso, se adueñó de la casa.

No tuvo ni cristiana sepultura la viejecita,
la viejecita que había hecho tanto por sus hijos,
la viejecita que había hecho tanto por sus nietos,
la viejecita que había hecho tanto por su pueblo.

Pobre viejecita,
nadie se acordó de ella,
nadie la amó de verdad a ella,
nadie se compadeció de ella
ni nadie sabía quién era ella.

Así es la triste historia de esta viejecita
y de muchos viejecitos como ella.

24/08/02

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