jueves, 2 de febrero de 2017

7.010.- Era hermosa como nadie.

Ella era hermosa como pocas.
La palabra perfección tomaba sentido al mirarla.
Y, desde la latencia de mi corazón, yo sentía que la amaba.
La fugacidad de la eternidad concluyó algo que quedó en miradas.

Ella era dueña de cada mirada de cualquier ser cercano.
La magia de su aroma, el yugo de su presencia, las emociones de su voz,
los sueños desde sus ojos, la pasión desde sus labios, todo decía «ven».
Y yo solo podía quedar extasiado ante tanta maravilla hecha mujer.

Ella era, a cada palmo, cielo celeste y sueños de amor.
La religión tenía excusa de ser creada si era para adorarla,
y, al menos, uno de los más hermosos poemas
debió haber sido creado solo para ella.

Ella irradiaba una visión maximizada de los placeres de la vida.
Su sola presencia hacía más agradable cualquier espera.
Y, mientras la miraba, entendía que la vida era perfecta
y que era mejor vivir equivocado si se vivía de verdad.

Y yo la sentí tan a mi costado por un minuto
y ese minuto me bastó para agradecer el hecho de estar vivo.
Yo deseé conocerla tramo a tramo de piel,
a cada peca, a cada lunar, a cada pedazo de cielo.

Todo sucedió desde mi mente: la amé y morimos juntos,
encandiló mis anhelos, añadió el factor de pasión a mis días,
encendió todo lo inflamable y derritió cada bloque de hielo en mi alma.
Yo soñé como jamás lo hice y desperté al mirarme en su sonrisa...

Pero el tiempo, los caminos distintos,
la falta de un mísero minuto adicional y la premura
me llevaron a perder el prospecto del edén negado,
y, sin embargo, gané unos minutos y otros tantos segundos

que quedarán para siempre en mi baúl de lo mágico e innegable.

02/02/17
18/06/17

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