Muchos saben que Vallejo nació un día que Dios estuvo enfermo
y que murió un día en el cual, en París, lloraba,
pero no saben que vivió días en los que Dios amó
y amó a Vallejo por ser quien le juzgue, quien le muestre.
Dios amó a Vallejo, su hijo predilecto,
su hijo que a grandes voces le hacía recordar quién era,
qué estaba mal y qué debiera estar bien,
qué haría a Dios un mejor dios, un dios más humano.
Dios, a la vez, le enseñaba el frío metal de la vida,
aquel que corta, que protege, que yace en las alturas;
le enseñó que los seres humanos, como él, sufren, duelen,
sienten gran amor hacia los demás o hacia sus intereses.
Le enseñó que, si todos los hombres de La Tierra trabajaran juntos,
lo imposible sería posible, lo humano sería divino.
Y Vallejo le enseñó que los hombres pueden ser humanos y más humanos aún.
Y Dios estuvo feliz.
¿Qué habría sido de Vallejo sin Dios y de Dios sin Vallejo?
22/10/08
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