No sabía el momento exacto
ni la región delimitante.
Érase un ignorante del mundo,
del mundo tan igual y tan inhabitable.
Érase una pieza que a veces sumaba,
otras restaba, pero siempre no era más que ello.
Sabía algo, quería algo, creía en algo,
tenía fe en algo y quería tener la certeza de aquello.
Sin embargo, sus lados, sus oasis,
sus planes, credos y sueños
siempre estaban en un lugar equivocado,
siempre tenía en el alma el dolor de lo ilusorio.
Decidido a dejar de sentirse engañado
quiso destruir su conciencia y su alma con un puñal.
Y, luego, mientras limpiaba el puñal, se consolaba:
«La vida es una mierda. Que se joda el destino».
25/02/15
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