Y me decía «adiós»
con sus ojos diminutos,
su sonrisa triste
y una fingida despreocupación.
Por momentos bromeaba con llorar
y parecía que quería llorar de veras.
Yo la leía cuidadosamente:
jamás creí generar tanto en alguien más.
Por un momento, y no solo un momento,
fui feliz porque sabía que ella
sí sabía amarme, estaba dispuesta a esperarme,
recordarme libremente y soñar con un futuro.
Y yo la veía y sabía que jamás la olvidaría
ni a su cabello rizado ni a su sonrisa tenue
ni a sus gestos de dolor ni a su mirada tierna
ni a lo querido de su abrazo ni a lo sentido de sus labios.
23/08/14
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