Cada quien se enamora de algo distinto.
Algunos, como yo, se enamoran de las historias,
del momento perfecto y del apego que éstas tienen
a lo que uno cree que es el destino, el puro azar.
Otros se enamoran de espejismos,
de imágenes que reflejan a esa persona inolvidable;
se enamoran de arquetipos y modos
del ser que jamás han podido olvidar.
Y hay quienes se enamoran y se engañan,
creen que el amor será la solución,
la escapatoria de otras cosas no relacionadas;
y tanto esperan del amor que terminan decepcionados.
También están los que se enamoran de la apariencia,
del cascarón y la envoltura y creen que es todo,
sienten que se refleja lo de dentro hacia afuera
y, muchas veces, reniegan de no estar en lo correcto.
Y hay quienes se enamoran y se obsesionan,
se refugian en el miedo y temen perder la bendición.
El ego se siente poseedor y dueño de algo
que jamás será suyo, de un pacto quebrantable.
Y, raramente, existen quienes se enamoran de verdad,
entienden sobre el tiempo y la paciencia y el perdón,
eliminan su «yo soy» y hablan de momentos compartidos,
vivencias, la magia del respeto y la reciprocidad.
10/03/19
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