sábado, 8 de noviembre de 2008

3.049.- La oración a tus ojos y a tus labios.

No decía nada falso ni redundante
hablando tanto de tus ojos, de tus labios
porque son cosas santas, atemporales, eternas.

No decía ninguna mentira
cuando hablaba de que tus ojos
son los más hermosos del mundo,
de que tus labios han sido y serán fuente
de mi inspiración, de aspiración de un beso.

Tampoco decía nada prematuro
al hablar de amor desde el verte
y haber conversado contigo por unos instantes
aquella noche en la que andaba despierto,
pero soñaba mientras te observaba,
mi dulce credo, mi hermoso evangelio.

Sé que el hecho de saberte apreciar
me hace partícipe del milagro,
testigo del evento excelso de tu sonrisa,
apóstol de lo magnífico de tu mimo.

Sé que el acto de fe, éste, de quererte tanto
me guiará hacia la respuesta de la eterna pregunta
que ronda entre mis días, entre los días de los otros,
entre las distancias y lo andado,
entre lo observado y lo soñado,
entre mi mirada temblorosa y mi boca ansiosa,
entre tu aura poderosa y tus labios de miel.

Entiendo, ¡por todos los cielos, cómo lo entiendo!,
el milagro, la dicha, el enorme gozo
de conocerte y saber de ti entre que vivo
y simulo ser normal; pero, ya me he dado cuenta,
me he vuelto tu mesías,
tu conjunto de rezos, las letras que hablarán de ti
y solo sabrán decir que lo divino existe
y que yo fui testigo de ello
y que yo la conocí un día, el mejor día de toda mi vida.

08/11/08
29/01/14

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