sábado, 12 de septiembre de 2015

6.070.- A fin de cuentas, eso ya es del ayer.

Ella tenía un olor muy intenso a moho y humedad.
Cuando la sentía a mi costado, sabía que no éramos nosotros;
sin embargo, los días pasaban y mi desesperanza me solía hablar,
por ello empecé a amarla de un momento a otro y sin más.

Con ella hacíamos una buena pareja: ella con la función de dulce y noble,
yo con mi adecuación infinita, la que aprendí del agua.
Eran días casi perfectos y lo hubiesen sido totalmente,
si no hubiese empezado a creer, un día, en que estaríamos juntos por siempre.

Ella es una mujer con muchos rumores alrededor.
Su principal defecto es que le importa demasiado el qué dirán.
Es capaz de hacer cualquier cosa por guardar las apariencias;
y por su afán es que nace lo divergente de su personalidad.

Una gran virtud, debo decir, es que es muy espabilada,
aunque se torne en defecto porque considera que solo lo malo necesita de ello.
Así me perdió: causándome celos a diario y dejando que yo creyera
que yo era el motivo del fin, pero ahora se lo agradezco tanto.

No es un demonio, aunque me matase; ninguna mujer lo es jamás.
Yo no era perfecto y nunca lo seré, pero mi afán de ser siempre
un poco más comprensivo de lo que fui ayer, más mundano y más sabio,
me lleva a tener la esperanza de estar, un día, totalmente de acuerdo con la vida.

12/09/15

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