domingo, 24 de mayo de 2009

3.060.- Lo vano de perder los sueños.

Qué vanos y qué tontos
nos hacemos conforme envejecemos.

Yo empezaba a buscar la belleza del marco,
olvidándome del cuadro.
Me hacía aburrido, tedioso, material.
Me volvía una máquina y un ser insensible.
La sinceridad iba quedando tras
una gruesa capa de polvo.
Y los sueños... pobres de mis sueños.

Cientos morían en esta peste.

¡Qué duro es crecer!
crecer mal, digo.
Debería de conservar el mismo espíritu,
soñador y risueño, que es mi espíritu.

Quizás alguien haya llorado por mí
y yo no haya podido derramar
ni siquiera una disculpa.
Quizás Dios haya cerrado los ojos
para evitar ver en lo que me iba convirtiendo...

Quién creería que de niño
uno es más apasionado que de joven,
solo que en ese entonces
no se sabe a dónde evocar tanta vehemencia.

Y ahora, aunque aún estoy algo desubicado
y no sepa a dónde llegar
ni qué hacer ni si podré
hacer los miles de sueños que aún quedan,
me gustaría caminar y avanzar,
pero me doy cuenta, también,
de que me encuentro en un hoyo,
en un circuito cerrado
que se llama: «falta de acción».
Y me vuelvo un ser intangible,
cojo, manco, mudo, despellejado y en cuarentena.

24/05/09

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